¿Lo saben ustedes?
¡¿Dios sigue siendo el mismo cuando estamos fuera de la iglesia?!
¡En el supermercado!
Me encanta cuando mi esposa me envía a comprar cosas tan tontas como la mantequilla (o cualquier otra cosa… no es que me sienta especialmente obsesionado por la mantequilla, solo es un ejemplo…).
A pesar de tener la impresión de estar deambulando por un bosque repleto de superficialidad con mini precios de color naranja fosforescente a modo de hojas y publicidad por todas partes para hacernos creer que necesitamos llenar un vacío, me gusta esto, pues allí me encuentro con personas (¡y mantequilla!).
Estaba dudando entre pan seco a buen precio o buen pan a precio seco (¡Caray, qué complicada es mi vida!) cuando de repente:¡PAF! Una señora me saluda por la espalda. Era la mamá de un amigo de mi hijo pequeño, Benjamín. Y empezamos a hablar de cosas triviales:
- ¿Cómo le va? ¡Qué buen tiempo hace! etc.
Justo en medio de nuestros intercambios superficiales (sí, también ellos) con un tono especialmente amistoso y risas sonoras ¡Pum! La dulce voz del Señor (¡Ay!, olvidé desconectarme del modo oración al salir del bosque) hace que preste atención a una broma que ella ha dejado caer como si nada.
- ¡Ja ja ja, de todas formas todos los hombres de mi vida terminan rompiéndome el corazón ¡Ji ji ji! (¡ellos no eran rugbymen! aquí “romper” tiene otro significado)
Siento mucha compasión por ella y le miro directamente al corazón:
-¿Qué has dicho?
Ella se detiene en seco, y ahí, en pleno supermercado, se pone a llorar. Así que he podido hablarle del amor incondicional de Jesús por ella e invitarla a tomar un café en mi casa.
¡En la calle!
En la calle, me encuentro con un tipo que cojea; yo sé que ha tenido una vida difícil (alcohol, prisión, comics).
Charlábamos un poco de todo cuando sin avisar, ¡CRAC! Voy y le pregunto:
-¿Quieres que ore por tu rodilla?
(¡Ah! ¿Pero qué estoy haciendo? ¡Olvidé que ya no estaba en el culto!)
Sorprendido, él tartamudeaba:
-¿Eh? ¿Qué? bueno… si quieres.
Y allí, en la acera, oro por él en voz alta.
No, no, no de rodillas gritando hacia Jerusalén, sino sencillamente con los ojos abiertos para que no se sintiera incómodo frente a los transeúntes…
Algo se ha movido en su alma. Está muy conmovido (¡A quién le importa la rodilla!) . Eso es lo que constato cada vez que me vuelvo a cruzar con él…
¡En casa!
Las galletas ya están recién salidas del horno y mi fe… ¡sin mantequilla!
texto de « Rendez-vous dans la forêt » Cita en el bosque