Ir de compras con una misión

coop alain auderset

¿Lo saben ustedes?

¡¿Dios sigue siendo el mismo cuando estamos fuera de la iglesia?!

 

¡En el supermercado!

  Me encanta cuando mi esposa me envía a comprar cosas tan tontas como la mantequilla (o cualquier otra cosa… no es que me sienta especialmente obsesionado por la mantequilla, solo es un ejemplo…).

  A pesar de tener la impresión de estar deambulando por un bosque repleto de superficialidad con mini precios de color naranja fosforescente a modo de hojas y publicidad por todas partes para hacernos creer que necesitamos llenar un vacío, me gusta esto,  pues allí me encuentro con personas (¡y mantequilla!).

 

  Estaba dudando entre pan seco a buen precio o buen pan a precio seco (¡Caray, qué complicada es mi vida!) cuando de repente:¡PAF! Una señora me saluda por la espalda. Era la mamá de un amigo de mi hijo pequeño, Benjamín. Y empezamos a hablar de cosas triviales:

  • ¿Cómo le va? ¡Qué buen tiempo hace! etc.

Justo en medio de nuestros intercambios superficiales (sí, también ellos) con un tono especialmente amistoso y risas sonoras ¡Pum! La dulce voz del Señor (¡Ay!, olvidé desconectarme  del modo oración al salir del bosque) hace que preste atención a una broma que ella ha dejado caer como si nada.

  • ¡Ja ja ja, de todas formas todos los hombres de mi vida terminan rompiéndome el corazón ¡Ji ji ji! (¡ellos no eran rugbymen! aquí “romper” tiene otro significado)   

Siento mucha compasión por ella y le miro directamente al corazón:

-¿Qué has dicho?

Ella se detiene en seco, y ahí, en pleno supermercado, se pone a llorar. Así que he podido hablarle del amor incondicional de Jesús por ella e invitarla a tomar un café en mi casa.

 

¡En la calle!

En la calle, me encuentro con un tipo que cojea; yo sé que ha tenido una vida difícil (alcohol, prisión, comics).

Charlábamos un poco de todo cuando sin avisar, ¡CRAC! Voy y le pregunto:

-¿Quieres que ore por tu rodilla?

(¡Ah! ¿Pero qué estoy haciendo? ¡Olvidé que ya no estaba en el culto!)

Sorprendido, él tartamudeaba:

-¿Eh? ¿Qué? bueno… si quieres.

Y allí, en la acera, oro por él en voz alta.

No, no, no de rodillas gritando hacia Jerusalén, sino sencillamente con los ojos abiertos para que no se sintiera incómodo frente a los transeúntes…

 

Algo se ha movido en su alma. Está muy conmovido (¡A quién le importa la rodilla!) . Eso es lo que constato cada vez que me vuelvo a cruzar con él…

¡En casa!

Las galletas ya están recién salidas del horno y mi fe… ¡sin mantequilla!

 

texto de « Rendez-vous dans la forêt » Cita en el bosque

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